No siento, no respiro, me ahogo…
Este lugar es demasiado oscuro, demasiado frío, demasiado
denso… Aire, necesito aire…
Al abrir los ojos, ver mi realidad, sólo hizo que se me
encogiera el corazón… ¿miedo? Sí, claro que tenía, pero…¿de qué me servía? Este
no iba a sacarme de aquí.
Mis pensamientos, racionales e irracionales, luchaban unos
contra otro, el instinto fue el que me despertó de la inconsciencia en la que
me sumía.
Me levanté, con la respiración entrecortada, cogí el trozo
de espejo roto, avancé por el tenebroso pasillo, de paredes desquebrajadas y
pintura podrida, el olor a pesadumbre era demoledor. Vi la puerta a lo lejos,
aquella puerta que siempre permanecía cerrada, y que ahora, estaba abierta, de
par en par, esperando a que llegase.
Tropezando nerviosa, con mis propios pies, me apoyo en el
marco de la puerta. Los ojos de ellos, me observan con buena cara, como siempre;
la hipocresía nunca ha sido mi fuerte, tampoco la venganza, pero cuando el
dolor es atroz, ¿por qué seguir guardándolo bajo llave?
Me aproximé por su espalda, seguía sonriendo.
Levanté el puntiagudo cristal y lo dejé caer con estrépito en su cuerpos, sin
contar cuántas puñaladas, sus gritos de sorpresa fue música para mis oídos… sí,
así, lentamente…
Sonreí como una loca, reflejándome con su sangre sobre el
suelo, aprobando mi locura.
Abrí mis ojos, eché un vistazo a mis manos limpias, la tarde
caía despacio con cada segundo de las manecillas del reloj. Cogí aire, respiré
hondo, siendo consciente de la verdadera realidad. El sofá era incómodo, me marché a la cama, sin pensar.
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