lunes, 10 de febrero de 2014

Hipocresía

No siento, no respiro, me ahogo…
Este lugar es demasiado oscuro, demasiado frío, demasiado denso… Aire, necesito aire…
Al abrir los ojos, ver mi realidad, sólo hizo que se me encogiera el corazón… ¿miedo? Sí, claro que tenía, pero…¿de qué me servía? Este no iba a sacarme de aquí.
Mis pensamientos, racionales e irracionales, luchaban unos contra otro, el instinto fue el que me despertó de la inconsciencia en la que me sumía.
Me levanté, con la respiración entrecortada, cogí el trozo de espejo roto, avancé por el tenebroso pasillo, de paredes desquebrajadas y pintura podrida, el olor a pesadumbre era demoledor. Vi la puerta a lo lejos, aquella puerta que siempre permanecía cerrada, y que ahora, estaba abierta, de par en par, esperando a que llegase.
Tropezando nerviosa, con mis propios pies, me apoyo en el marco de la puerta. Los ojos de ellos, me observan con buena cara, como siempre; la hipocresía nunca ha sido mi fuerte, tampoco la venganza, pero cuando el dolor es atroz, ¿por qué seguir guardándolo bajo llave?
Me aproximé por su espalda, seguía sonriendo. Levanté el puntiagudo cristal y lo dejé caer con estrépito en su cuerpos, sin contar cuántas puñaladas, sus gritos de sorpresa fue música para mis oídos… sí, así, lentamente…
Sonreí como una loca, reflejándome con su sangre sobre el suelo, aprobando mi locura.
Abrí mis ojos, eché un vistazo a mis manos limpias, la tarde caía despacio con cada segundo de las manecillas del reloj. Cogí aire, respiré hondo, siendo consciente de la verdadera realidad. El sofá era incómodo, me marché a la cama, sin pensar.

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